Era judío sefardí, racionalista, vivía en Flandes y pulía lentes en sus tiempos libres. Baruch Spinoza (1632-1677) se las arregló para no tener que elegir entre el camino de la naturaleza o el de lo divino. Para él Dios y la naturaleza eran como Isabel y Fernando (tanto monta monta tanto) para el gobierno de aquella España que expulsó a sus antepasados de la Península Ibérica. Ambos son en la práctica la misma cosa. Deus sive natura es una de sus frases más famosas.
Cuando Descartes (1596-1650) perdió el mundo, tuvo que recurrir a Dios para que le garantizara un puente de unión entre las ideas del mundo que había en su mente y el mundo en sí (http://goo.gl/aK116).
Pues Spinoza no tiene ese problema. Para él, la naturaleza y Dios son lo mismo. No hacen falta puentes entre lo espiritual (racional) y lo material: todo es lo mismo. Así que se ahorra la elección existencial tan radical que proponen las monjas a la protagonista de la película El árbol de la vida (http://goo.gl/WQwXg) "¿Qué camino vas a seguir en la vida el de la naturaleza o el de lo divino?", se le podría preguntar a Spinoza. Y él se reiría de nosotros: "Pero, ¿no ves que esa pregunta no tiene sentido? ¡En qué estarías pensando! No hay que elegir un 'camino' de ese tipo, diríamos que el 'camino' ya te ha elegido a ti". ¿No suena un poco al famoso "The Matrix has you..."?
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