El otro día me llegó un mensaje por WhatsApp (de esos que se envían a diestro y siniestro) que hablaba sobre la belleza y dureza del trabajo de profesor.
Debo reconocer que me conmovió. Es cierto, los profesores trabajamos sobre una materia difícil de tratar: la humanidad de cada alumno. La humanidad con sus paradojas, sus miserias y sus heroicidades.
Cada día vuelvo a casa con la sensación de haber servido de algo y también con la percepción de no haber incidido en nada en la vida de los alumnos; una ambivalencia que creo que comparto con todos mis colegas del gremio.
Ahora bien, el texto concluía diciendo que todos los esfuerzos se podían sobrellevar con "la esperanza de convertir a nuestros alumnos en buenos ciudadanos".
Lo siento mucho, pero eso no lo comparto. No pienso degradar a las personas que con las que trato cada día, aunque sean adolescentes, al nivel de simples ciudadanos, una simple dimensión de la persona, en cuanto miembro de una sociedad.
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