Ah, la filosofía... ese noble arte de hacer preguntas que no tienen respuesta para problemas que a lo mejor no existen. Pero cuando se mezcla con el estruendo de Black Sabbath, la cosa se pone interesante. Es como ponerle un esmoquin a un rinoceronte: inesperado, algo absurdo, pero imposible de ignorar.
La belleza de la secuencia inicial de Up no reside en lo que no fue, sino en lo que sí fue. Es una oda a la magnificencia de lo ordinario. Se nos enseña, a lo largo de esos minutos sin diálogos, que la verdadera vida épica no es la que se narra en un libro de aventuras, sino la que se vive, día a día, con la persona que amas.
La historia de Carl y Ellie es una lección de resiliencia y compromiso. Juntos, enfrentan la monotonía, la pérdida y los sueños rotos —como el de tener hijos—. En lugar de abandonarse a la amargura, encuentran la felicidad en los pequeños rituales: el trabajo en equipo para arreglar la casa, la simple compañía en un parque, el compartir un libro. La acumulación de esos momentos, simbolizada en las páginas del álbum de recortes que nunca se llenaron con grandes viajes, es lo que finalmente da forma a un amor profundo y duradero.
Esta secuencia es un recordatorio de que el amor no se mide por la cantidad de viajes a destinos exóticos o por la grandiosidad de los gestos, sino por la fidelidad y el afecto en la rutina. Es una historia de amor que nos invita a valorar a quienes nos acompañan en el viaje cotidiano, a reconocer que la mayor aventura es, en realidad, construir una vida juntos. Y esa es una perspectiva que no tiene nada de cínico.
Tormenta de microrrobots devorándolo todo. El niño agoniza, la doctora Benson lo sabe y aun así pide que salven al pequeño primero. Klaatu los mira, entiende lo que está en juego y decide atraer hacia sí a los “insectos” artificiales. Camina hacia la esfera. No es solo un giro de guion; es un juicio sobre el valor de lo humano.
¿Qué ve Klaatu exactamente?
No ve una especie impecable. Ve violencia, miedo, egoísmo. Pero también ve algo que ninguna otra especie parece tener: amor que se entrega. Un gesto gratuito que prefiere el bien del otro al propio interés. La doctora muere sabiendo lo que hace, elige el bien de un niño. Ese detalle reordena todo el veredicto.
Filosofía en acción: dignidad frente a utilidad
Podríamos hacer números: si la humanidad destruye, quizá lo “racional” sea apagarla. Excel diría sí, estadísticamente conviene. Pero el gesto de la doctora introduce otra lógica. Kant lo formularía así: trata a la humanidad siempre como un fin, nunca solo como un medio. Ese instante transforma a los personajes en fines absolutos. No hay suma de costes que compita con una persona amada.
Si prefieres lenguaje de virtudes, piensa en Aristóteles: la excelencia moral se ve en el acto adecuado, en el momento adecuado y por el motivo adecuado. Aquí no hay vanagloria ni teatro moral, solo una decisión justa que pone el bien del otro por delante. Y, si nos ponemos tomistas, el amor verdadero hace salir a la bondad de sí misma. Bonum diffusivum sui, que diría Tomás: el bien tiende a difundirse.
La medida de lo humano
La pregunta no es si somos perfectos. Es si en medio de nuestras ruinas aparece algo que ninguna máquina ni colonia alienígena puede replicar: la libertad de entregarse. Ese “sí” al otro, incluso cuando no compensa, es la grieta por la que entra la salvación. Klaatu no firma un indulto sentimental, reconoce un dato ontológico: hay dignidad donde hay amor que se dona.
Aterrizaje en lo cotidiano
No necesitas una esfera luminosa ni microrrobots para decidir. Hoy puedes medir tu humanidad en gestos concretos: escuchar cuando estás cansado, pedir perdón cuando te costaría menos justificarte, renunciar a “tener razón” para cuidar a alguien. Son pequeñas desactivaciones del apocalipsis privado.
Un poco de humor para cerrar
Si alguna vez el universo te examina, no te olvides de dos cosas: tu capacidad de amar y tu contraseña. Uno te salva, la otra te ahorra tiempo.
Para comentar
¿Recuerdas un momento en el que alguien eligió tu bien por encima del suyo? ¿Qué cambió en tu manera de mirar a los demás después de eso?
En una escena tan breve como brillante de Ultimátum a la Tierra, Klaatu corrige una fórmula matemática en la pizarra del profesor Barnhardt. No lo hace con superioridad teatral, ni con desprecio olímpico. Lo hace con sobriedad, como quien tiene autoridad… pero no necesita demostrarla.
Aristóteles —sí, ese señor que nunca escribió un guion de ciencia ficción, pero podría haberlo hecho— nos da una clave para interpretar esta escena.
En su Ética a Nicómaco, distingue entre actos motivados por la vanagloria o el poder sobre otros, y aquellos guiados por la virtud: una disposición estable del alma a obrar el bien, en el momento justo, del modo justo y por el motivo justo.
Klaatu podría exhibir su superioridad intelectual, hacer de menos al científico humano o simplemente dejarlo en su error, como una especie de castigo darwinista. Pero elige otro camino.
👉 No actúa como déspota (quien se complace en demostrar que es más).
👉 No busca auto-gloria (quien actúa para que lo aplaudan).
👉 Actúa desde una forma práctica de sabiduría y justicia, lo que Aristóteles llamaría frónesis.
Corrige lo que está mal porque el bien está en juego. Lo hace desde su excelencia, pero no para su excelencia. Es decir: la virtud no es un fin para él, sino un medio hacia el otro.
¿Qué nos dice esto?
Klaatu encarna aquí el ideal aristotélico de quien tiene poder y conocimiento, pero los pone al servicio de una causa mayor. No impone. No presume. No se limita a observar. Actúa, pero con mesura. Interviene, pero sin anular.
El resultado: una corrección que no humilla, sino que construye.
¿Y si esa fuera también una forma de amar?
Deja un comentario:
¿Alguna vez alguien te corrigió con tanta elegancia que en lugar de molestarte… te sentiste agradecido?
Parece una exageración… pero eso es exactamente lo que sucede en Ultimátum a la Tierra. (Entre otras cosas no menos importantes).
Klaatu, alienígena de mirada imperturbable y veredicto severo, escucha por primera vez música humana. La escena es breve, casi banal. Pero él se detiene. Escucha. Y dice: “Es bella”.
Sí, justo cuando iba a pulsar el botón rojo de “destruir planeta”, se encuentra con algo que ninguna otra especie del universo ha sido capaz de producir: una obra de arte gratuita, inútil, sublime. Una pieza de Bach.
Y entonces… empieza a dudar.
🔍 Jacques Maritain (1882-1973) lo explicaba con una claridad sobrenatural:
El arte no se justifica por su utilidad, sino por su participación en el ser.”
Lo bello, lo verdadero y lo bueno bailan juntos en la música de Bach.
Y hasta un extraterrestre lo nota
👽 En otras palabras: la humanidad puede ser un desastre… pero también compone fugas en re menor.
Y eso no lo hace cualquier especie con pulgares oponibles.
💬 Una conclusión
No subestimes tu lista de reproducción.
Puede que un día, ante el juicio final, lo que te salve no sea tu currículum, ni tu fe, ni tus logros… sino que tuvieras buen gusto musical.
Si alguna vez te has preguntado cómo los estoicos habrían navegado por las complejas dinámicas de un grupo de amigos en Manhattan, no busques más allá de "Friends". Si bien los personajes de la serie no son exactamente ejemplos de autocontrol estoico, sus interacciones nos ofrecen una lona perfecta para pintar algunas lecciones filosóficas sobre las relaciones.
Los estoicos, como Séneca (4 aC-65 dC) y Epicteto (55-135), nos enseñan la importancia de la amistad basada en el respeto mutuo y la virtud, no solo en compartir cafés en un sofá naranja. "Elige a alguien que te empuje a ser mejor", podrían haber aconsejado, en lugar de alguien que simplemente te ríe los chistes. Quizá a nuestros amigos Ross, Mónica, Chandler, Joey, Phoebe y Rachel no sean las personas más virtuosas del mundo, ni siquiera las más maduras, pero su amistad es duradera y comprometida
En "Friends", vemos la amistad en su forma más pura: incondicional, a menudo imperfecta, pero siempre evolucionando. Los estoicos valorarían esta dinámica, apreciando cómo cada personaje crece y se adapta, aprendiendo de sus errores y triunfos. La serie no solo nos enseña a amar a los amigos tal como son, sino también a desafiarnos mutuamente a mejorar, una página sacada directamente del libro estoico.
Además, la aceptación estoica de que no podemos controlar a los demás, solo nuestras reacciones hacia ellos, resuena a través de los episodios. Cada malentendido y reconciliación en "Friends" es un ejemplo de cómo podemos manejar nuestras expectativas y respuestas emocionales, manteniendo la serenidad en medio del caos neoyorquino.
Así que la próxima vez que te sientes a ver un episodio de "Friends", observa cómo las interacciones entre estos seis amigos pueden ofrecerte una clase magistral sobre cómo la filosofía estoica puede aplicarse a la amistad moderna: aceptar, apoyar y, sobre todo, nunca dejar de crecer juntos.
Bruce Banner, también conocido como Hulk, podría no ser el primer nombre que viene a la mente cuando pensamos en el estoicismo. Pero, si miramos más allá de sus explosiones verdes y pantalones resistentes (por suerte), encontramos un sorprendente paralelismo con esta antigua filosofía. ¿Qué puede enseñarnos este gigante sobre el control de la ira? Más de lo que crees.
Los estoicos creían firmemente que no deberíamos permitir que nuestras pasiones nos controlen. Para ellos, la ira es una respuesta que podemos y debemos manejar racionalmente. Epicteto (55-135), con su habitual tono desafiante, podría haber dicho que incluso Hulk tiene la opción de no dejarse llevar por la ira, aunque eso implique un esfuerzo superhumano.
En el universo cinematográfico de Marvel, vemos a Hulk evolucionar de un monstruo de ira incontrolable a un héroe que logra encontrar un equilibrio entre su mente y su monstruosidad. Este camino es reflejo del ideal estoico de autocontrol y virtud. "No es el hombre que tiene poco, sino el que desea más, el que es pobre", podría haber comentado Séneca (4 aC-65 dC) mientras veía a Hulk aprender a manejar su temperamento.
Hulk nos enseña que la verdadera fuerza viene de la capacidad de controlar no solo nuestros actos, sino también nuestras reacciones emocionales. A medida que Bruce Banner aprende a coexistir con su lado más verde y gruñón, nos muestra que incluso las emociones más grandes y destructivas pueden ser domesticadas con disciplina y comprensión, resonando con el corazón del estoicismo.
Así que la próxima vez que te encuentres en una situación que te haga querer "hulk-ear", recuerda que incluso el más feroz de los héroes puede aprender a ser maestro de su propia ira. Y si Hulk puede hacerlo, quizás nosotros también.