El cliente paga por un producto. Nosotros consumimos sin pagar. Eso me hace sospechar que... ¡Ah! ¡El producto somos nosotros! Os hago un esquema:
Tele: proveedor.
Agencia de Publicidad: cliente.
Televidente: producto.
¿Eso quiere decir que los programas de la televisión no están hechos para el bien del consumidor? ¡Ay, qué disgusto me acabo de llevar! Porque eso quiere decir que yo no soy el producto por lo que soy, sino porque pertenezco a un número, un número que en su aglomeración se considera suficiente para ser vendido a una agencia publicitaria.
Un programa se diseña en previsión de tener muchos televidentes y se mantiene en antena en la medida en que guarda para sí un buen número de fieles que sintonizan el canal a la hora adecuada.
¡Qué majos! Me ofrecen como producto, pero para que no lo pase muy mal, me entretienen con sus programas.
Todo esto me ha llevado a pensar algo verdaderamente sublime: para los índices de audiencia somos todos iguales; hasta Rufián y Casado quedan igualados delante de la tele. Somos un número para poner en un informe para vender el producto televisivo a las agencias publicitarias ansiosas por colocar sus ingeniosos anuncios. Más ojos, más impactos y más gente comprando en los centros comerciales; así que más lucro para la empresa televisiva, la publicitaria y la publicitada y más hastiados nosotros con tanto producto semiinútil adquirido en los susodichos centros comerciales que abarrotan nuestros muy espaciosos pisos de ciudad superpoblada.
¡Qué maravillosa y paradójica epopeya social en que los agentes del capital nos igualan a todos cual marxistas revolucionarios! "¡Uníos, televidentes!" "Pero sí ya nos han unido", contestaríamos nosotros, "sin nuestro permiso, claro, y en la aurea mediocritas de la despersonalización" (¿Es que se puede encontrar algo más tierno y más progre en nuestra sociedad? O tempora! O mores!, diría Cicerón, o Quo usque tandem abutere; depende.
Sí, sí, Neil Postman, entretenidos hasta morir.
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