El absurdo por perder en contacto con la existencia. |
«Es requisito de toda filosofía ser del mundo, en el doble sentido de que hace de la vida de los hombres su objeto de estudio y, por otra parte, respira y crece en el mundo que anhela comprender. Ocurre, no obstante, que en su versión extremadamente técnica y especializada parece haber deteriorado este delicado vínculo y sufre el merecido reproche de haberse instalado en una burbuja artificiosa, lejos de la existencia real.
Y es que la filosofía aspira a hacer un viaje repleto de dificultades. El punto de partida no es otro que nuestro mundo, pero la tarea consiste en algo diferente a seguir despreocupadamente el ritmo cotidiano de la vida, pues se trata del esclarecimiento conceptual de la existencia (una vida no examinada, impermeable a la reflexión, no merece la pena ser vivida, decía Platón), no para alejarse de ella sino para enriquecerla y, al comprenderla, vivirla mejor. El itinerario es, pues, ciertamente singular: no puede tener un punto de llegada muy lejano al de partida. Hay que avanzar ayudándose de conceptos que expliciten la existencia, retornando constantemente a ella para evitar hablar de algo en lo que nadie se reconozca. Si este movimiento conceptual de avance y permanente retroceso al mundo de la vida no se ejecuta convenientemente, la filosofía se convierte en una actividad extraña y condenada a ser incomprendida, pues al que se acerca a ella no le resulta fácil digerir que se le haya anunciado un discurso sobre cuestiones que directamente le afectan cuando luego, decepcionado, no halla rastro de la existencia que suspuestamente tenía que ser esclarecida.»
(Pablo Redondo y Sebastián Salgado González, "Pensar en imágenes", Ediciones Maia 2015)
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