"Al
principio creó Dios el cielo y la tierra". Así comienza el libro del
Génesis, el primero de la Biblia. A pesar de que un ateo o un agnóstico podría
reírse de esta frase por nombrar a Dios y olvidarse del Big Bang,
estas palabras han cambiado la forma de ver el mundo y han configurado nuestra
mentalidad cultural como occidentales.
Los
griegos y los romanos concebían la historia cíclicamente. Los días, las
estaciones, las cosechas... todo volvía a repetirse. De ahí el famoso dicho
latino: Nihil novi sub sole (nada nuevo bajo el sol). También la
historia humana, insertada dentro de los ciclos naturales debía ser, por tanto,
cíclica.
Sin
embargo, un pueblo semítico, llamado hebreo, estaba convencido de que la
historia era lineal. La historia de los hombres tenía un principio y un fin. El
mundo había sido creado por un único Dios, quien con su Providencia acompañaba
a los hombres hasta la consumación de la historia.
Del
judaísmo surgió el cristianismo, que no modificó esta concepción de la
historia. Y del cristianismo la hemos heredado todos los europeos y una buena
parte del resto del mundo.
El
dogma cristiano de la segunda venida de Cristo introdujo en el imaginario
cultural la idea de que la humanidad avanza hasta ese momento culmen, que
implica el final de la Historia, el juicio final y el cielo o el infierno.
Llamaremos progresismo cristiano a esa forma de pensar que cree que la historia
avanza hacia un punto álgido, guiada por la Providencia, hasta la segunda
venida de Cristo.
Los
iluministas contemporáneos de la revolución francesa habían descartado a Dios,
pero se quedaron con la concepción lineal de la Historia. Uno de ellos, un tal
Condorcet (1743-1794), había concebido que la historia progresa y cada etapa es mejor que
la anterior, a no ser que haya períodos oscuros y bárbaros,
como, según él, la Edad Media. Por supuesto, esto le llevaba a concluir que su
propia época era la mejor de la historia.
Pero,
si heredaron del cristianismo el concepto de historia lineal progresante, pero
sin Dios, sin venida de Cristo, sin cielo ni infierno eternos, ¿hacia qué
progresa el ser humano? Si se quiere mantener el concepto de progreso lineal
hay que sustituir ese punto álgido, esa culminación de la historia. El ser
humano avanza hacia la consecución de lo máximo que quiera y desee alcanzar. Y
esto se puede ver de dos maneras. 1) lograr la mejor versión del ser humano
(¿hacerse similar a Dios?) o 2) conseguir el paraíso en la tierra. Marx (1818-1883), por
ejemplo, sitúa el final de la historia en el momento en que la humanidad
alcanza el comunismo real.
Como
se ve se trata de conceptos religiosos laicizados, porque el progreso
indefinido del hombre en la historia es un calco laico del progresismo
cristiano. Y la necesidad de que lo que venga luego sea mejor que lo que hay,
sólo por el hecho de que lo hace el ser humano, obedece a un acto de fe tan
grande o más que el del cristiano en la segunda venida de Cristo.
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