Marx (1818-1883) caracterizó a la religión como opio del pueblo. Es cierto que la religión puede servir para justificar injusticias sociales. Sin embargo, no puede negarse la verdad de la afirmación del señor Radzinsky.
La religión es una realidad, por tanto, que puede ser pensada como opio del pueblo o como la garantía de la dignidad personal de cada ser humano de una determinada sociedad. Y esto es algo tan paradójico como fascinante.
La religión es una realidad, por tanto, que puede ser pensada como opio del pueblo o como la garantía de la dignidad personal de cada ser humano de una determinada sociedad. Y esto es algo tan paradójico como fascinante.
Toda ideología que no cree en Dios, misteriosamente, deja de creer en el hombre. Aunque le pese a Nietzsche (1844-1900), que nos conminaba a ser fieles a la tierra y matar a Dios. Sin Dios el ser humano se acaba convirtiendo en un objeto necesario para el encumbramiento o desarrollo de otros seres humanos, es decir, en un instrumento y no en un fin en sí mismo. La religión ilumina la visión que tenemos de nosotros mismos y sitúa la imagen del ser humano en el lugar que, idealmente, le corresponde dentro del mundo. Y esto es lo paradójico: da la impresión de que debería ser al revés, es decir, que sin Dios se encontraría mejor este lugar.
Por eso, decía Karol Wojtyla (1920-2005) que cualquier antropología que dejara de lado a Dios se volvía en contra del hombre. Y esto lo vivió muy de cerca durante la ocupación nazi de su país, Polonia, y la ocupación soviética durante la segunda mitad del siglo XX. En la película Karol, el hombre que fue Papa, la amiga de Karol ha comprobado la malignidad a la que puede llegar el ser humano por una ideología con una visión inadecuada del ser humano, y se pregunta el porqué (minuto 49:50 del siguiente vídeo). Minutos antes se muestra una escena trágica en la que los judíos están siendo trasladados a los vagones de un tren que se dirige a un campo de concentración.
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