Sobre mí

sábado, 31 de marzo de 2012

¿Decisiones descabelladas?


Quizá tuviera problemas de personalidad o simplemente era afán de singularidad. El caso es que firmaba sus libros con diferentes nombres.
Soren Kierkegaard (1813-1855), danés de nacimiento, medio cojo y cheposo, ha sido llamado por muchos el primer existencialista.
Situado hacia el final del pensamiento moderno, donde es patente el fracaso de fundamentar la moral en la razón humana, Kierkegaard se sitúa "fuera" de la racionalidad. El único sentido que puede tener la ética se basaría en la "decisión". Esta no consiste en una especie de "cálculo" de razones y principios que concluyen necesariamente en una forma de comportamiento, sino en una opción existencial, llena de pasión vital.
Según Kierkegaard hay tres estadios en la vida humana: estético, ético y religioso. Cada uno "decide" a cual pertenece. El modelo del estadio estético es don Juan, el eterno seductor, incapaz de comprometerse. Se trata de un estadio sin compromisos, de usar y tirar, pero que conduce inevitablemente el fracaso. Paradigma del estadio ético es aquella persona que ha adquirido un compromiso de por vida, como es el caso del matrimonio y la fundación y mantenimiento de una familia. Es un estadio razonable, de acción comprometida y triunfo. El estadio religioso, en cambio, pertenece a otro orden de cosas, donde la razón se queda pequeña. Este estadio es el más existencial y menos racional de todos y está lleno de paradojas. Paradigma de este estadio es la historia bíblica de Abraham, al cual Dios manda ofrecerle en sacrificio a su propio hijo. (Al final, todo sea dicho, no lo sacrifica).

viernes, 30 de marzo de 2012

Gandalf y Frodo: la importancia de la vida y las acciones


El archiconocido Tolkien (1892-1973) nos ha dejado grandes perlas para el deleite estético y la reflexión profunda como, por ejemplo, el diálogo en El señor de los anillos entre Gandalf y Frodo en las minas de Moria.  Peter Jackson lo reproduce en su recreación en celuloide de la novela. En él se ve retratada la importancia de una vida y la trascendencia de nuestras acciones. Nuestros actos nos siguen tituló Paul Bourget (1852-1935) a una de sus novelas. Todo aquello que hacemos tiene una repercusión. Y Bourget lo plasma de forma viva y dramática en su novela.


Gandalf: "Algunos vivos merecen la muerte y muchos que mueren merecen la vida, ¿podrías dársela tú, Frodo? No seas ligero a la hora de adjudicar muerte o juicio. Si los sabios pueden discernir esos extremos [...] La compasión de Bilbo podría regir el destino de muchos."
Es que sobran más comentarios.


miércoles, 28 de marzo de 2012

¿Ha visto usted el mundo? Es que lo he perdido


Sentadito junto a una estufa y bien tapado por una manta, René Descartes (1596-1650) meditaba su método. De esos momentos entrañables nace su "pienso, luego existo", frase archifamosa y que cualquiera es capaz de repetir en las más variopintas situaciones.
En su inactiva comodidad decide: voy a considerar falso todo aquello de lo que puedo dudar. Así me quedaré solo con aquello que sea tan cierto que sea imposible dudar.
Haciendo circular a chorros los impulsos eléctricos entre sus neuronas, se autoconvence de que los sentidos le engañan, y de que su inteligencia también le engaña. Es decir, según su método, debe considerar falso todo lo que capta por los sentidos y todo lo que pasa por su inteligencia.
Pero, el muy avispado se da cuenta de que ¡está pensando!  y de eso no tiene duda alguna. Y si piensa, entonces quiere decir que existe; no como el resto de cosas, de las cuales duda. Así, el amigo Descartes llega a la primera certeza indiscutible: la propia existencia, gracias a la evidencia del pensamiento.
Si este campeón de las ideas ha llegado a esa magistral conclusión, nadie le quitará el mérito. El mayor problema lo tiene a partir de ese momento. Ha dicho que no se puede fiar de los sentidos. Por tanto, ¿cómo sabe que el mundo que le rodea, está realmente ahí a su alrededor? Parecerá una estupidez, pero él mismo se ha impuesto el método. Si dice que ha dudado de lo que capta a través de los sentidos, tiene que ser coherente y debe considerar que el mundo que capta por los sentidos es falso. Así que se encuentra con la paradójica tarea de "recuperar" el mundo. ¿Cómo lo hace? Bueno, esa es harina de otro costal.

martes, 27 de marzo de 2012

¿Valiente o se arriesgó por nada?


Esta es la historia de un soberbio descomunal, una moza a la que le sobraba valentía, una cobarde y dos hermanos muertos por tontos, es decir, por luchar entre ellos por el poder. Se trata de Antígona, una tragedia de Sófocles (496 aC – 406 aC), obra maestra de la literatura universal.
Dos hermanos, Polinices y Eteocles, luchan por el poder en Tebas. Polinices se alía con un ejército extranjero, de manera que el nuevo rey, Creonte, tío de ambos, lo considera un traidor. Así que ordena funerales solemnes para Eteocles y prohíbe que nadie dé sepultura a Polinices, bajo pena de muerte.
Antígona e Ismene son las hermanas de los difuntos. La primera está decidida a dar honras fúnebres a Polinices. En cambio, Ismene teme el rigor de la ley promulgada por su tío Creonte y se inhibe. Armada de valor, Antígona se aproxima a escondidas al cuerpo de su hermano, custodiado por guardias, y, mientras espolvorea tierra sobre el cadáver, es descubierta y apresada. Creonte se enfrenta, entonces, a un dilema: seguir adelante con lo que marca la ley o derogarla. El desenlace de la historia bien merece ser leído.
Antígona  es una heroína que reconoce una ley (no escrita) por encima de la del gobernante, y actúa en consecuencia, aunque arriesgue la vida. Y es que el rey Creonte se ha excedido en sus atribuciones. Él debe gobernar en cuestiones humanas, pero con el caso de Polinices legisla sobre algo que se escapa a su "jurisdicción". Un griego, en efecto, no podía pasar al más allá sin haber recibido sepultura; y, por tanto, se trata de un asunto de competencia divina, no humana.
Hay, por tanto, más fuentes de moralidad que las leyes de nuestros políticos; pero el poder siempre tiende a ser absoluto, y el ser humano, a la soberbia.

lunes, 26 de marzo de 2012

La ley que nunca se ha escrito


Cuando un diputado encorbatado se sienta en su despacho, portátil en ristre, dispuesto a escribir una ley para “beneficio” de los ciudadanos, ¿qué concepto de la ley tiene en mente? ¿Se cree capaz de legislar sobre todo lo que se le ocurra, como el rey del Principito, que da órdenes a los mismísimos astros, o hay aspectos de la vida humana sobre las que no tiene jurisdicción? A ver si nos aclaramos y llegamos al punto en cuestión: ¿Hay algún tipo de ley natural, situada sobre las leyes humanas?
Marco Tulio Cicerón (106 aC – 46 aC), experto retórico y tenaz político romano, escribió un discurso para defender ante el juez a un señor llamado Milón. El famoso Pro Milone (o Discurso en defensa de Milón) pretende conseguir que se absuelva al defendido, al que se le acusa del homicidio de un tal Clodio. Cicerón basa su caso en el hecho de que Milón mató a Clodio en defensa propia. Y, si esto no está escrito en ninguna ley romana, no importa, porque hay otra ley aun más importante. Dice en el discurso:
“Ciertamente no solo es justo, sino incluso necesario defenderse de la violencia con violencia. [...] Hay, jueces, una ley no escrita, sino innata; que no aprendimos ni recibimos ni leímos, sino que de la misma naturaleza la extrajimos, absorbimos, exprimimos; para la cual no estamos enseñados, sino hechos, no instruidos sino imbuidos, de manera que, si nuestra vida corriera peligro por cualquier tipo de insidia, por violencia y armas de unos ladrones o enemigos, toda razón honesta está de parte de conservar la salud” (Pro Milone, 10).
Este pequeño texto daría para mucho, pero extendernos, lo que se dice extendernos... hoy no... ¡mañana!

domingo, 25 de marzo de 2012

Además de pesado, ingenuo

En Atenas, allá por el siglo V antes de Cristo, deambulaba un personaje feo, medio cojo y, sobre todo, muy pesado. Algunos le dejaban con la palabra en la boca y muchos se cambiaban de acera al verlo.
Un grupo selecto, en cambio, buscaba su compañía y la participación en sus discusiones. Y es que como Sócrates (470 aC - 399 aC) te pillara por la calle, te daba la tabarra durante un buen rato. Su  método filosófico era la mayéutica, que significa literalmente "hacer de comadrona". Consistía, pues, en "ayudar a dar a luz" en su interlocutor las respuestas a base de diálogo y preguntas. Si a Sócrates le daba que había que investigar la esencia de la ciencia y su definición, por ejemplo, se arrimaba a cualquier transeúnte desprevenido, al modo de los actuales vendedores de seguros de coche que se encuentran en los centros comerciales, y le daba la murga a base de ráfagas de preguntas, como hizo con Teeteto, un joven ateniense, y con muchos otros.
Para Sócrates el conocimiento es fundamental. Tanto que consideraba que los seres humanos nos comportamos mal por ignoranciaEl que conoce el bien, lo hará; y, por extensión, el que hace el mal es porque no conoce el bien. O sea, que el comportamiento humano para Sócrates se resuelve con el saber. Entonces, ¿el mal se arreglaría estudiando? Quizá en esto Sócrates pecó de ingenuo.

sábado, 24 de marzo de 2012

¡Eres un animal!

Aristóteles (384 aC – 322 aC), aquel pedazo de listo de hace más de dos milenios, decía, no sin razón, que el ser se dice de muchas maneras (Metafísica, 1003b, 5s). Esta frase que parece críptica, en realidad, explica algo muy simple: que todas las cosas "son", pero no todas las cosas que son, son de la misma manera. Por ejemplo, se dice que el ser humano es un animal, pero racional. Es decir, de entrada somos de alguna manera lo mismo que los animales, pero de otra no. Somos animales y en eso somos lo mismo, pero somos racionales y en eso nos distinguimos. Podemos comprobarlo también examinando las funciones propias de todo ser vivo: nutrición, relación y reproducción. Los humanos también desarrollamos estas funciones, tanto como los osos y las abejas. Algo tan básico como la alimentación no se puede negar en la humanidad, pero esta se convierte en gastronomía; la relación, en nosotros, se convierte en cultura y tradición, y la reproducción se da la mano con el amor. Sí, somos animales, pero también somos algo diferente.

viernes, 23 de marzo de 2012

Batman, Sócrates y la sonrisa de mamá

Yo tenía un profesor de ética bastante peculiar. En vez de intentar hacer una demostración metafísica del bien, se contentaba con decir: "La primera experiencia del bien que tiene un ser humano es la sonrisa de su madre; si un niño no ve sonreír a su madre, no sabrá lo que es el bien y, por tanto, sobran las demostraciones".
Nos reíamos de él; pero, con el tiempo, cada vez más le doy la razón. El bien siempre se manifiesta en lo concreto; y la primera y más importante experiencia del bien es el amor de nuestra madre, manifestado en una sonrisa.
Una de las grandes tareas de la educación consiste en descubrir el bien objetivo. Es una labor clave, porque aquello que vemos como bueno nos atrae, nos reclama. Al sentirnos atraídos nos movemos a actuar para conseguir ese bien que hemos visto. Y es nuestro actuar el que nos construye como personas, es decir, el que nos hace malas o buenas personas. Si no, que se lo pregunten a Batman...

Ya Sócrates (470 aC – 399 aC) en sus tiempos decía algo parecido: El ser humano solo se mueve por el bien; y, si hace el mal, es porque lo ve como un bien. 

jueves, 22 de marzo de 2012

"La felicidad es inmoral"

Kant (1724-1804) era sesudo, metódico y cabezón. Dicen que al verle pasar por la calle, la gente ponía el reloj en hora, porque siempre hacía todo puntualmente a la misma hora. Además cuentan que su capacidad craneal era de las más grandes que se han conocido en la historia del homo sapiens.
A diferencia de Aristóteles, Kant plantea la vida ética de otra manera. El centro de su pensamiento se encuentra en la búsqueda de las "condiciones de posibilidad". Es decir, la búsqueda de lo imprescindible para que pueda darse una realidad. Por ejemplo, en la "crítica de la razón pura", va estableciendo las "condiciones de posibilidad" de la ciencia; o sea, la búsqueda de todos aquellos elementos que hacen posible la ciencia. 
Esta búsqueda de las condiciones de posibilidad le lleva también al terreno de la ética o moral. ¿Qué condiciones deben darse para que el comportamiento de una persona sea ético o moral? Podría resumirse en el llamado "imperativo categórico": "obra de tal modo que siempre puedas querer que tu máxima (tu criterio) se convierta en una ley universal". Es decir, que aquel principio o convicción en el que te has basado para obrar de una cierta manera, puedas querer que se convierta en ley universal. Otro imperativo categórico aplicado en concreto al ser humano sería este: "Obra de tal manera que siempre el ser humano sea tenido en cuenta como fin y no como medio".
Como se ve, aquí no hay ni justo medio entre extremos, ni virtudes ni objetivos (finalidad). De hecho, según Kant, obrar buscando un premio o por miedo a un castigo obedecería a una forma imperfecta de la moral: el imperativo hipotético. En este sentido, pecando un poco de sensacionalista, he dicho que la felicidad es inmoral, porque, según Kant, comportarse bien para ser feliz es una forma imperfecta del comportamiento ético. El bien hay que hacerlo porque es un deber y punto... o, al menos, eso dice el sesudo

miércoles, 21 de marzo de 2012

El YO de Hume

David Hume (1711 - 1776) además de filósofo empirista era muy guasón. Se dedicó a pensar de qué manera iba a privar a los filósofos de su soberbia. Es decir, pretendía que los “grandes sabios” se enteraran de que hablaban por hablar. El amigo quería convencerles de que el “yo” no existe como tal. Y cuando digo “yo” no me refiero a un algo abstracto, sino a ti y a mí, a aquello que nos hace únicos como personas y, por ello, diferentes de las demás. O sea, aquello que nos permite hablar de nosotros mismo como unidad separada del resto en cada uno de nosotros. A ver si me explico. Resulta que, según Hume, lo que nos da unidad a ti y a mí como sujetos son los recuerdos que tenemos, porque en ellos aparecemos siempre. O algo así. Es gracioso, ¿no? Pues, ¿recuerdas Bladerunner, esa película protagonizada por un jovencito Harrison Ford? El actor encarna a un policía que tiene que cazar a replicantes, esto es, robots con apariencia humana. Algunos de estos replicantes ni siquiera saben que no son humanos. Cuando se pone en duda su humanidad, recurren a sus recuerdos, como signo irrefutable de que no son robots. Para que digan que los filósofos viven en su mundo y no tocan la realidad...

martes, 20 de marzo de 2012

Los mecanismos de la felicidad

Aristóteles (384 a.C. – 322 a.C.) era un gran tío. Además de gran filósofo, insuperable en muchos aspectos, fue, por ejemplo, preceptor de Alejandro Magno.
En su ética a Nicómaco explica los mecanismos de la vida moral del hombre y se basa en realidades muy simples e inteligibles.
Hay un bien, que es el que todo ser humano pretende: la felicidadHay un sujeto que es el que pretende este bien: el ser humano. Entre él y su objetivo hay un trabajo que hacer: este trabajo se llama virtudLa virtud no es más que un hábito (un acostumbrarse a hacer algo) orientado hacia el bien propio, es decir, la felicidad. La virtud, define, consiste en el justo medio entre dos extremos. (Por ejemplo, la valentía es el justo medio entre la cobardía y la temeridad.)
Hay dos tipos de virtudes: las morales y las intelectuales. Cada tipo tiene una virtud  fundamental. Entre las morales encontramos la templanza y entre las intelectuales, la prudenciaSon virtudes un poco genéricas, pero consisten fundamentalmente en lo siguiente: la templanza nos hace contenernos de lo perjudicial y nos impulsa a lo beneficioso; la prudencia, en cambio, nos permite discernir lo perjudicial de lo beneficioso. Como se puede observar, ambas virtudes (ambos grupos de virtudes) no solo se complementan sino que se necesitan mutuamente. El que no es prudente no distingue lo beneficioso de lo perjudicial, con lo cual difícilmente obrará correctamente. Por otro lado, el que no es "templado" (como el hierro, no como la temperatura), aunque sepa lo que le beneficia o le perjudica, no podrá obrar en consecuencia, porque no será capaz. Sus tendencias o instintos serán más fuertes que su determinación.
En definitiva, el hombre feliz, según Aristóteles, es aquel que vive según la virtud, porque discierne lo que le beneficia o le perjudica en orden a la obtención de la felicidad, y es capaz de obrar en consecuencia.

Que vuelven los estoicos

Zenón de Citio (334-262 aC) ¡Vaya por Dios! Se ha puesto de moda la filosofía estoica . Ahora parece que la venden como si fuera una versión...